miércoles, 18 de octubre de 2006
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Durante los días 18,19 y 28 de octubre que el Señor recorre la ciudad, ésta cobra un impresionante ambiente festivo, pleno de colorido y gran animación general, ya que tanto los hombres, como las mujeres y los niños, en su mayoría, visten el típico hábito morado con detente y cordón blanco que es el distintivo característico de todos los hermanos y devotos de esta gran festividad religiosa de excepcional dimensión popular.
Cuenta la tradición, que el 13 de noviembre de 1655 asoló Lima, un espantoso terremoto que redujo a escombros iglesias y edificios, incluyendo el modesto cuarto de adobe del barrio de Pachacamilla, donde un negro liberto había pintado años atrás, la imagen del Señor Crucificado.
Pero en el mismo momento se patentizó el milagro:”el sismo respetó el muro donde el antiguo esclavo angoleño perennizó al señor” Y ello hizo que el pueblo empezara a rendirle culto.
Treinta y dos años después, el maremoto destruyó al Callao el 20 de octubre de 1687, sacudió esta capital hasta los cimientos, destrozando la pequeña capilla que se había levantado en honor de la milagrosa imagen, excepto el altar mayor, quedando nuevamente en pie el Señor en la Cruz.
Aquel trágico día, hace 301 años, salió por primera vez en procesión por las polvorientas calles del barrio de Pachacamilla, una copia al óleo del Señor de los Milagros y se estableció realizar la procesión todos los años los días 18 y 19 de octubre.
Finalmente, otro pavoroso terremoto ocurrido el 28 de octubre de 1746, derribó gran parte de la reedificada capilla y el monasterio, respetando nuevamente la Milagrosa Imagen. Esta fecha dio origen al tercer recorrido anual de la famosa procesión.
Desde entonces, el poco numeroso grupo de personas de color que hacía todos los años un breve recorrido por las alejadas calles cercanas a la capilla, ha ido creciendo hasta convertirse en la más grande, fervorosa, fraternal y democrática concentración humana, que durante tres días recorre puntos tan distantes de la ciudad como las Nazarenas y los Barrios Altos impregnando el místico perfume el ámbito de la capital.
El año 1776, el Virrey Amat y Juniet dispuso iniciar la reconstrucción de un nuevo templo, que fue inaugurado el 20 de enero de 1771, el mismo que con varias refacciones presta servicios a los fieles hasta este momento.
Pero queda memoria de otros hechos sorprendentes sucedidos en torno de la maravillosa pintura y de su autor. Don Lázaro Costa Villavicencio cuenta que el moreno Benito fue liberado por su amo después de sobrevivir una terrible epidemia de fiebre amarilla desatada en un corralón de Magdalena, donde atendió piadosamente a los enfermos, auxilió moribundos y enterró cadáveres.
Alojado en la ranchería de Pachacamilla, se sintió inspirado y decidió pintar al templo en su humilde cuartucho la Imagen del Señor, interpretándolo en forma tan “real, bella, radiante, divina y sacra”, como la vemos hasta hoy.
Los vecinos proclamaron que mientras él pintaba, se veía en su habitación resplandores y se escuchaba música celestial, creciendo a tal punto los rumores, que unos arcabuceros decidieron investigar de qué se trataba pero hallaron a benito muerto y en perfecto estado de conservación.
El culto que empezó a rendirse al Crucificado en aquel barrio poblado por indígenas trasladados de Pachacamac y negros esclavos, dio origen a frecuentes escándalos que obligaron a las autoridades a ordenar se borrara la pintura que los provocaba.
Cuando el obrero que debería hacerlo empezó a subir la escalera, sufrió una fuerte convulsión que lo echó a tierra desmayado. Otro que pretendió seguir el trabajo, quedó con el brazo paralizado al aproximarse a la pintura, a tiempo que se oscurecía el cielo y caía una lluvia torrencial sobre la ciudad.
Ante tales prodigios fue revocada la orden de borrar el mural. Edificándose en cambio una modesta capilla con la colaboración de los devotos y comenzó a llamársele el Señor de los Milagros.
Son estos portentosos hechos recogidos por la tradición y la historia, además de otros igualmente extraordinarios ocurridos después, los que han formado la sólida fe del pueblo del Perú en su venerado amo y Señor de los Milagros de las Nazarenas.
Dicen que Manuel Amat y Juniet, el Virrey del paseo de Aguas, de la Plaza de Acho, el mismo que terminó el Real Felipe, en el Callao, mandó construir la iglesia para el Nazareno de Pachacamilla. En tanto devaneo amoroso con la perricholi se concilió con Dios, poniéndole un techo a su muro. Al mismo lado cedió un terreno para las monjas que se irrogaron el derecho de cuidarlo y un día de la visión de una de ellas, nació el hábito morado. Es decir, las Nazarenas.
En las espaldas del Señor, al otro lado de las andas, deshace su eterna sonrisa la Virgen de la nube. La misma que en una época lejana tocó con sus manos de rocío las sienes afiebradas del hombre que pintaba su dolor y su esperanza, con la forma de un Cristo en las barracas de Pachacamilla.
El Señor de los Milagros
Durante los días 18,19 y 28 de octubre que el Señor recorre la ciudad, ésta cobra un impresionante ambiente festivo, pleno de colorido y gran animación general, ya que tanto los hombres, como las mujeres y los niños, en su mayoría, visten el típico hábito morado con detente y cordón blanco que es el distintivo característico de todos los hermanos y devotos de esta gran festividad religiosa de excepcional dimensión popular.
Cuenta la tradición, que el 13 de noviembre de 1655 asoló Lima, un espantoso terremoto que redujo a escombros iglesias y edificios, incluyendo el modesto cuarto de adobe del barrio de Pachacamilla, donde un negro liberto había pintado años atrás, la imagen del Señor Crucificado.
Pero en el mismo momento se patentizó el milagro:”el sismo respetó el muro donde el antiguo esclavo angoleño perennizó al señor” Y ello hizo que el pueblo empezara a rendirle culto.
Treinta y dos años después, el maremoto destruyó al Callao el 20 de octubre de 1687, sacudió esta capital hasta los cimientos, destrozando la pequeña capilla que se había levantado en honor de la milagrosa imagen, excepto el altar mayor, quedando nuevamente en pie el Señor en la Cruz.
Aquel trágico día, hace 301 años, salió por primera vez en procesión por las polvorientas calles del barrio de Pachacamilla, una copia al óleo del Señor de los Milagros y se estableció realizar la procesión todos los años los días 18 y 19 de octubre.
Finalmente, otro pavoroso terremoto ocurrido el 28 de octubre de 1746, derribó gran parte de la reedificada capilla y el monasterio, respetando nuevamente la Milagrosa Imagen. Esta fecha dio origen al tercer recorrido anual de la famosa procesión.
Desde entonces, el poco numeroso grupo de personas de color que hacía todos los años un breve recorrido por las alejadas calles cercanas a la capilla, ha ido creciendo hasta convertirse en la más grande, fervorosa, fraternal y democrática concentración humana, que durante tres días recorre puntos tan distantes de la ciudad como las Nazarenas y los Barrios Altos impregnando el místico perfume el ámbito de la capital.
El año 1776, el Virrey Amat y Juniet dispuso iniciar la reconstrucción de un nuevo templo, que fue inaugurado el 20 de enero de 1771, el mismo que con varias refacciones presta servicios a los fieles hasta este momento.
Pero queda memoria de otros hechos sorprendentes sucedidos en torno de la maravillosa pintura y de su autor. Don Lázaro Costa Villavicencio cuenta que el moreno Benito fue liberado por su amo después de sobrevivir una terrible epidemia de fiebre amarilla desatada en un corralón de Magdalena, donde atendió piadosamente a los enfermos, auxilió moribundos y enterró cadáveres.
Alojado en la ranchería de Pachacamilla, se sintió inspirado y decidió pintar al templo en su humilde cuartucho la Imagen del Señor, interpretándolo en forma tan “real, bella, radiante, divina y sacra”, como la vemos hasta hoy.
Los vecinos proclamaron que mientras él pintaba, se veía en su habitación resplandores y se escuchaba música celestial, creciendo a tal punto los rumores, que unos arcabuceros decidieron investigar de qué se trataba pero hallaron a benito muerto y en perfecto estado de conservación.
El culto que empezó a rendirse al Crucificado en aquel barrio poblado por indígenas trasladados de Pachacamac y negros esclavos, dio origen a frecuentes escándalos que obligaron a las autoridades a ordenar se borrara la pintura que los provocaba.
Cuando el obrero que debería hacerlo empezó a subir la escalera, sufrió una fuerte convulsión que lo echó a tierra desmayado. Otro que pretendió seguir el trabajo, quedó con el brazo paralizado al aproximarse a la pintura, a tiempo que se oscurecía el cielo y caía una lluvia torrencial sobre la ciudad.
Ante tales prodigios fue revocada la orden de borrar el mural. Edificándose en cambio una modesta capilla con la colaboración de los devotos y comenzó a llamársele el Señor de los Milagros.
Son estos portentosos hechos recogidos por la tradición y la historia, además de otros igualmente extraordinarios ocurridos después, los que han formado la sólida fe del pueblo del Perú en su venerado amo y Señor de los Milagros de las Nazarenas.
Dicen que Manuel Amat y Juniet, el Virrey del paseo de Aguas, de la Plaza de Acho, el mismo que terminó el Real Felipe, en el Callao, mandó construir la iglesia para el Nazareno de Pachacamilla. En tanto devaneo amoroso con la perricholi se concilió con Dios, poniéndole un techo a su muro. Al mismo lado cedió un terreno para las monjas que se irrogaron el derecho de cuidarlo y un día de la visión de una de ellas, nació el hábito morado. Es decir, las Nazarenas.
En las espaldas del Señor, al otro lado de las andas, deshace su eterna sonrisa la Virgen de la nube. La misma que en una época lejana tocó con sus manos de rocío las sienes afiebradas del hombre que pintaba su dolor y su esperanza, con la forma de un Cristo en las barracas de Pachacamilla.
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el señor de los milagros es nuestro señor como cristo y debemos respetarlos por siempre
ResponderBorrarhola me llamo KELY ESTO ES MUY BONITO OSEA EL SEÑOR DE LOS MILAGROS HOJALA QUE LES GUSTE A USTEDES COMO ME GUSTA A MI LEANLO TODO LES VA ACER REFLEXIONAR. GRACIAAAAAAAAAAAAASWSSSSSS
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